Tu monstruosidad naufraga en mis párpados, nena -dije-, y sin desenfocarme abrí mis piernas depiladas desde la noche anterior “ven y lame mi rubor”. No me des tus putas órdenes, respondió. Se arrastró delante de mi hasta pegar su nariz a mi clítoris, Mía miró mis ojos hasta impresionarme y comenzó a lamer y yo jadeé desde el instante exacto de contacto entre su lengua y mi rubor.
Necesitaba quitarme algunas cosas de la cabeza para disfrutar el momento, pero la invasión de rastros era excesiva ¿Te gusta? Era el mensaje desde abajo. Me encanta. Y apreté los dedos de los pies cuando metió su lengua todo lo que daba.
Por qué mierda esta otra no venía, por qué tuvo que demorarse tanto en venir si queríamos lo mismo “Pero no te duermas”. -Haz lo tuyo por favor que lo haces bien. Y estaba allí abajo, lamiendo con su experticia adquirida lejos de mi carne. Traduciendo mi deseo repartido por lugares mal condimentados y apreté su cabeza con mis piernas: ay, no saques tus dedos, “no puedo, me atrapaste”, me abro de nuevo y absorbe mi masita mientras con tres dedos me pone huevona, levanto la pelvis, ¡Mierda! Y exhalo el aire frenética y se me resbala el cuerpo a sus dedos y se los chupa “Sabes rico… sabes rico”.
1 comentario:
Qué crudo relato, y a la vez tan real.
El sexo suele exaltarse como algo cuasi divino, cuasi perfecto... pero no lo es.
El sexo suele narrarse con eufemismos, con palabras sublimes, con la suavidad y delicadeza de una virgen... pero ni la virgen ingenua lo es en el sexo... y ese egoísmo caliente de la protagonista de tu texto, es tal vez tan real, tan real... que inquieta, perturba, y muchos prefieren negar y decir: "¡qué vulgar!".
Besos tibios.
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