martes, 23 de octubre de 2012


A mis 16 años estaba escribiendo literatura muchas horas al día, además de hacer maquetas y cualquier cuestión plástica.
Mi madre se quejaba porque yo estaba más tiempo en el taller de arte que en la sala de clases y yo por supuesto, no le daba la razón y Rudyard tampoco, quién en su presunto era el profesor, mientras creábamos una relación de amistad indestructible y le decía a la madre falsamente preocupada que sí, que sí, pero na'.
Tenía muchas inasistencias, porque llegaba a la escuela y me encerraba en el taller de Arte y yo no me presentaba al paso de lista, y Rudyard no avisaba -irresponsable decía que lo haría- al inspector, el hecho de que yo estaba en el taller.
Las veces que falté a clases -por mucho que quedara inasistente-, fueron avisadas a mis maestros y compañeros, para que avisaran a los profesores que no sabían dónde estaba yo, para que dijeran "fue al teatro, fue a una exposición, fue a alguna cosa". En cuarto medio es recién donde, después de todos los años transcurridos, mis compañeros comprendieron que mi volada era otra y no les molestaba en nada el que yo me fuera antes de clases para hacer mis intereses o que faltara a la mitad de las clases: mis calificaciones siempre fueron buenas: hay que saber combinar la vida escolar con el carrete y el sexo, o se va todo al carajo como a la mayoría le ocurre. Incluso los que se consideran indestructibles ceden ante los intereses fiesteros de la educación universitaria.

No es el caso de mi hermano pequeño, algo tendré que hacer al respecto.

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