Devoras mi cuello con tus besos vírgenes
aceleras el pulso hasta la nulidad
y tu lengua roza la mía como pincelada
o la cuchara que revuelve el té cuando estamos tristes.
Tus muslos que no caben en mis dos manos
se dejan seducir por mi sexo y mi lengua
y tu seno acolchado en mi saliva
-tras la puerta de la pieza y los ojos de tu madre-
erecta los pezones pálidos y tu sostén corrido
levanta tus redondelas de mano y media
a la sombra de la segunda puerta derecha del closet.
Cada vez que te beso
el pelo me cae sobre el rostro
y tú lo pones tras mi oreja
para comerme la boca.
1 comentario:
volvio, aunque hay veces que uno nunca regresa.
Publicar un comentario