martes, 11 de enero de 2011


Tu torpeza en decir y hacer las cosas
y mi insistencia en que las digas y hagas bien.

Constantemente ha sido lo que nos ha llevado a destruir
todo lo maravillosamente redondo y húmedo
que hemos tenido o que podríamos tener, mujer.

El que yo no soporte que digas quererme y te portes cual si me odiaras.
El que yo no entienda tu querer. Tu manera de quererme, y lo peor,
que tú no sepas de qué se trata quererme, cómo quererme,
mientras te estoy queriendo.

Es que soy de una lógica tan fría, severa, absoluta,
que si dices que me amas yo te exijo cumplir la palabra
y te digo "ámame si me amas, yo me dejo amar y no siento tu amor,
esto que me das no es amor, no digas amarme si no me amas";

y es que yo amo tanto que creo un camino mientras me derrito
y confío a tal extremo en la palabra
que si dices algo lo hagas, que si usas algo ames lo que usas, ames la palabra
la respetes, le des la importancia que amerita:
decir y hacer es una sola cosa,
si algo se dice ya es un hecho, si algo es un hecho ya está dicho y no hay contradicción;
el amor a la palabra y entonces decir "te amo"
en un lenguaje amado y respetado,
porque al menos para mí la palabra es eso:
hasta que la muerte nos separe, y ambos sabemos
que entre amor y palabras, la muerte
es inexistente.

He sido despojado de mis sentimientos más íntimos,
y sospecho sólo
lo infinito que los sentimientos son,
pues, aunque Tito Andrónico tanto lloró
que ya era imposible seguir con lágrimas que derramar, y aquí acabó su llanto;
sólo pudo echarse a reír a carcajadas al ver las cabeza de sus hijos:
le quedó el odio y así vengó.

Soy orgulloso de no odiar, de no saber ni querer odiar,
aunque mi posición de nada sirva en un mundo en que todos odian,
y en que mi orgullo de positivo tenga nada
porque lo mío conmigo mismo no es ni bueno ni malo
y yo quiero lo fascinante ajeno
lo externo a mí, y que yo lo pueda devanear en artes nuevas:
Ansío la redonda infinidad.

Aún sabiendo lo cosmológico de los pezones
y la astronomía que podría conseguir al penetrarte,
en esa armonía detonante de tu cuerpo jadeando, necesito
onomatopeyas y risas, tu boca hecha un paréntesis:
a tu voz sublime nombrando cuestiones perfectas.

Siempre nos tomas (tú y yo: nosotros),
nos tomas como un objeto, y lo rompes
y dices luego:
- No lo quiero, está roto.
- Pero tú lo rompiste.
- No sé, está roto, no lo quiero.
Y te molestas.

Y luego me quieres intacto, como si nada,
amable, sexual, romántico, y te digo
cómo no entiendes
que si rompes algo
debes repararlo para tenerlo de nuevo intacto.

Y te vas, y
quiero equivocarme al decir lo común que es
el hecho de que la mayoría de las personas destruyan
lo que pocos hicieron con amor.

Soy incapaz de destruir
y, entonces, lo único que amo es Crear
porque es lo único que se deja amar entero.



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