Lloro cuando leo.
Lloro cuando escribo.
Lloro porque tengo demasiada agua en el cuerpo
demasiado té con anís, con jazmín.
Si no bebiera tanto dejaría de llorar,
pero luego, sin té, lloraría nuevamente,
porque claro está que amor no tengo
música tampoco, me la robó el mar,
mi voz se quedó bajo en agua en el naufragio
del barquito al que subí y que se hundió
y tras dos días en coma, mi voz
se la quedaron las sirenas y los piojos de mar.
Es la manera en que el cosmos decide
"tú debes escribir y nada más, y nada más",
y aunque lloro el canto y no he parado de llorar
si no tuviera anís, lloraría más.
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